domingo, 15 de abril de 2012

"Ecos de Alberione" - 14

¿Cómo conseguir una predicación no fructífera?



Alberione tenía muy claro las razones por las cuales los sacerdotes, en el ministerio de la palabra, podían caer en una predicación pobre e ineficaz, sobre todo si no se evaluaba sus efectos en quienes lo recibían. Quizá estos consejos puedan ayudar no solo a los sacerdotes de hoy, en el anuncio del evangelio, mas también a todo aquel que es portador y testigo de la Buena Noticia. Algunas consideraciones, sobre todo…

Cuando no se predica bien y constantemente. Decía Alberione que se peca de pretencioso al ser exigentes y querer convertir el mundo en dos días. Es decir, somos ilusos, si creemos que el cambio en las personas se gesta desde nosotros, es, más bien, una acción del Espíritu de Dios, que se vale de sus intermediaros para anunciarlo. Al respecto, san Agustín argumentaba: Cuando nos comprometemos a hacer una obra grande, únicamente debemos adaptarnos a hacer sacrificios y no ver el fruto durante diez, quince, veinte años...
Cuando falta oración y penitencia. La palabra de Dios que se anuncia al hombre es una semilla cuyo crecimiento depende únicamente de Dios. San Alfonso afirmaba: el orador sagrado debe predicar más con las rodillas que con la lengua. Nuevamente, nos olvidamos, de que la Palabra para que tenga una buena respuesta necesita de una disposición del corazón, abierto y sincero. Podremos tener al mismo Bendicto XVI predicándonos, pero si no hay apertura y recta conciencia, no sucede nada.
Cuando no se da buen ejemplo. Sin él es imposible convencer, sin él se destruye con la izquierda lo que se edifica con la derecha. Por consiguiente, si faltan estas condiciones, la predicación es imposible. Lamentablemente, el hombre es más creíble por lo que hace, que por lo que dice, y sus actos están en consonancia con su discurso.

¿Cómo alcanzar una predicación fructífera?

Saber orientar el mensaje evangélico hacia un punto concreto y valerse del tiempo litúrgico para versificar el contenido.
Servirse de la mujer, que es un instrumento dócil en manos del sacerdote y fuerte para el corazón del hombre. Una mujer santa crea santos, y una mujer mala, malvados. De ahí que el sacerdote deba tratar de conseguir que ella sea devota y virtuosa, y servirse de él como punto de apoyo para mover a sus hermanos, a su esposo, a sus hijos.
Alejar los peligros. Es un hecho que la ocasión hace al ladrón; que la mayoría de la gente, aun con los mejores propósitos, caerá y recaerá en el peligro. Hay peligros en los periódicos y en los libros, en los teatros y en los bailes, en los clubes y en los bares. Es necesario eliminar todo esto en la medida que podamos, así como alejar a los jóvenes de los lugares y diversiones peligrosas, facilitándoles alguna asociación que cuente con actividades divertidas, como la música, el teatro, el deporte, una buena lectura, etc.

¿Cómo llegar al corazón de los que no creen?

Se trata de un gran inconveniente que en muchas ciudades únicamente se considere la acción pastoral al grupo de los ya convertidos y no a los otros, que lo necesitan mucho más. Pues bien, por estos se puede rezar, se les puede entregar alguna palabra a través de personas amigas o por medio de un buen periódico, subsidio o boletín, etc. Nos enseñó que no solamente es importante predicar, instruir con el catecismo; es aún más conveniente garantizar su fruto, algo así como el vendedor que no solamente se preocupa de conseguir muchas ventas, sino especialmente de que sean lucrativas y de guardar bien lo ganado.

Fredy Peña T., s.s.p.

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