miércoles, 27 de marzo de 2013

Al Beato P. Alberione




Presencia diminuta, bajo de estatura,
de alma enorme: ¡Genio y figura!
Salud precaria, corazón grande,
que mucho ama y todo lo abarca.
¡Llegar a todas partes!

Con espíritu amplio otea el horizonte,
extiende la mirada, queriendo abarcar,
cada circunstancia, y cada situación:
¡Nada se le escapa!

Fe inquebrantable, mucha esperanza,
al igual que Pablo, ¡siempre avanza!
Su mayor inquietud es llegar a todos…
Llevando la Biblia y a Cristo Maestro:
¡A Quien tanto ama!

Hno. Santiago Kloster, ssp

sábado, 23 de marzo de 2013

"Ecos de Alberione" - 24


“Confesarse con humildad”



En una meditación dictada, un jueves 6 de marzo de 1952, nuestro beato señalaba algunas recomendaciones para tener en cuenta al momento de confesarnos. Quizás, el reconsiderarlas hoy nos viene bien para prepararnos en Semana Santa, y, con mayor razón, para Pascua de Resurrección.

El empezar bien la jornada era fundamental para Alberione, ya que aconsejaba recurrir a un espíritu de mortificación y de oración íntima con el Señor. Estos hábitos, en la vida espiritual, indefectiblemente, a la posteridad debían traducirse en una virilidad rica de actividad, de méritos y socialmente útiles. Al parecer, su mensaje iba hacia los más jóvenes, ya que el mostrar un interés por el estudio, la práctica de la virtud y privilegiar la vida de oración, se constituyeron en los ingredientes necesarios del itinerario espiritual paulino. Empezar bien la jornada, equivale a comenzar bien la vida… ¡Qué hermoso es, de mañanita y con tiempo, encontrarnos unidos en oración para recibir del Señor su luz, y pedir la gracia necesaria para empezar con él  y luego ir con prontitud al apostolado! (RSP, p. 78).
Nuestro Beato afirmaba que al momento de confesarnos era conveniente hacerlo con mucha humildad, pues solo una humildad despojada de toda soberbia y orgullo, permitiría salir de nuestros esquemas y decididos a cambiar nuestra conducta. Si algo tenía claro Alberione, acerca de las esclavitudes y las miserias humanas, era  que estas provienen de un orgullo insistente e intransigente, que nos ciega. Decía: El pecado, en fin de cuentas, es orgullo; de la soberbia llegó la ruina de la humanidad, y persiste la ruina de los hombres que se salen del camino por orgullo (RSP, p. 78). En este sentido, enseñaba que para vencer toda soberbia no había mejor ejemplo que la obediencia de Jesús; exhortaba a mirar cómo Jesús se humilló ante sus adversarios hasta morir, por lo tanto, no pretendamos ser tratados con mayor consideración. A veces, nuestro orgullo y vanidad nos reclaman: el reconocimiento, el aplauso y el afán de protagonismo.
Alberione fue muy consciente de que si alguien se confesaba, con sincero corazón, y con el deseo de convertirse en una persona recta, decidida a cambiar de vida, impregnaría un “querer firme” en la voluntad. Por eso, llamaba a poner cuidado en aquello que se confesara, cuestionándonos: ¿Nos confesamos bien? ¿Con esa humildad que es la base para todas las demás disposiciones? A menudo se llora por tonterías, y uno se alegra por el mal cometido… Hemos de pedir perdón de nuestros pecados y confesiones no suficientemente bien preparadas o no bien hechas (RSP, p. 80).

Fredy Peña T., ssp

miércoles, 13 de marzo de 2013

Francisco I, Obispo de Roma, Papa del mundo


El cardenal argentino Jorge Mario Bergoglio se convirtió hoy en el papa Francisco I, el primer latinoamericano y jesuita en ocupar la Cátedra de Pedro.
Fue elegido en la quinta votación del cónclave que buscaba al sucesor de Benedicto XVI. Los cardenales ¨me vinieron a buscar al fin del mundo¨, dijo en italiano en su primera aparición desde el balcón de la basílica de San Pedro.
El flamante pontífice pidió rezar por el papa emérito Benedicto XVI: “Oremos para que el Señor lo bendiga y para que la Virgen María lo proteja¨. Francisco I pidió también a la multitud “recen por mí”.
"Oremos los unos por los otros y todos por el mundo, para que haya una gran fraternidad", exhortó.




Ana Laura Conde
Prensa y Comunicación SAN PABLO
(011) 5555 2427

miércoles, 6 de marzo de 2013

"Ecos de Alberione" - 23



Alberione nos exhorta en Cuaresma



En una meditación dictada, un miércoles de Ceniza (27 de febrero de 1952), nuestro Beato proponía alzar el cáliz del sacrificio y de la penitencia para acercarnos más a Jesús.

Decía: “Hemos de rezar con la Iglesia, en la Iglesia y por cada uno de los hijos, de los miembros de la Iglesia…” (RSP, p. 67). ¡Qué palabras más acertadas! Sobre todo, en estos tiempos en que nuestra Iglesia vive momentos de purificación y transición. Más de alguno puede pensar: “¿transición?”. Si la renuncia de Benedicto XVI no es un motivo de “transición”, entonces, cuestionémonos nuestra identidad como Iglesia porque algo no calza.

Realmente, para Alberione gastar tiempo en la oración e invertir en un “misalito” (libro para orar) no era un despilfarro, al contrario, significaba un nutrir al espíritu de lo esencial: “Cristo”. Para él toda la liturgia de la Cuaresma debía orientarse hacia la penitencia y al sincero arrepentimiento. Nos dice el Salmo 50: “Tú no desprecias el corazón contrito y humillado”; nuestro Beato experimentó que el Señor no quiere que el pecador muera, sino que se salve y así lo hacía saber: “Para quien se humilla hasta el llanto, hasta detestar sus pasados errores, habrá una resurrección gloriosa” (RSP, p. 68).

Alberione, esperanzado en una resurrección gloriosa para el que se arrepiente, proponía un camino evangélico vivido con humildad y sin hacer alarde de nuestros méritos. Todo sacrificio o pena en la vida había que ofrecérselo al Señor y no promulgarlo a viva voz. ¡Cuánta queja escuchamos a diario! Al parecer son más las reprobaciones, la crítica morba y mal intencionada las que siempre prevalecen. Podríamos preguntarnos: ”¿Por qué no puedo soportar “algo” por malo y fastidioso que sea por amor a Dios? ¿No es mejor caminar en el silencio de la cruz y unirnos a la pasión de Jesús, sino qué mérito tendría un sacrificio exacerbado por el halago frecuente y desmedido? Eso vendrá por añadidura sin que lo esperemos.

Bajo una atenta mirada creyente, Alberione nos sugería en Cuaresma: La Caridad paciente, benigna con todos y con nosotros mismos; la “vida en común” valorizando aquella frase de san Juan Berchmans: “Mi máxima penitencia es la vida en común”; como también el ejercicio rápido, diligente, del apostolado. Además, reiteraba hacer todas estas prácticas con el espíritu del las Constituciones, honrando a Jesús Maestro y armonizando cada actividad con la visita al Santísimo Sacramento.

Fredy Peña T., ssp