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miércoles, 21 de agosto de 2013

Testigos Paulinos

Venerable, Canónigo Francisco Chiesa


     Nació en Montá de Alba (Cuneo), norte de Italia) el 2 de abril, Jueves Santo, de 1874, y fue bautizado el Sábado Santo, con los nombres de Francisco y Pascual.
     Hijo de humildes padres campesinos, entró adolescente en el seminario diocesano de Alba. Fue ordenado sacerdote a los 22 años, con especial dispensa de edad. Consiguió láurea de filosofía en Roma, de teología en Génova, de Derecho eclesiástico y civil en Turín.
     Sobresalió en la enseñanza que ejerció por más de cincuenta años en el seminario y en la Sociedad de San Pablo. Con la ciencia infundió el espíritu y las virtudes sacerdotales en los jóvenes clérigos y en los sacerdotes.
     Se sirvió del apostolado de la palabra escrita para hacerse todo a todos, y sus obras se imprimieron y reimprimieron incluso fuera de Italia, haciendo un bien inmenso.
     Durante 33 años fue párroco en San Damián, de Alba, y canónigo de la catedral. Su parroquia fue la mejor de la ciudad y de la Diócesis, tanto por la vida cristiana como por la organización pastoral y catequística. Una verdadera parroquia piloto, modelo.
     Antes de que la figura del Director espiritual fuera oficialmente instituida para los seminarios por san Pío X, Francisco Chiesa ejerció ya esa función con los seminaristas de Alba. Fue el guía de la mayor parte de los sacerdotes de su diócesis y, a partir del 1900, director espiritual de un apóstol de los nuevos tiempos, el P. Santiago Alberione, y a la vez padrino de la Familia Paulina.
     Es uno de los precursores del apostolado de los laicos, a los que integró en una vasta acción pastoral y misionera, no sólo apoyando a la Acción Católica y el Apostolado de la Oración, sino también creando nuevos grupos: la Unión de los Padres de Familia y el Grupo de Catequistas.
     Amante de la cultura en el sentido más amplio de la palabra, cultivó también el estudio de otras disciplinas complementarias, como la literatura, la astronomía, la geología, la matemática, las ciencias naturales, la historia y la teoría de la música, a las cuales se refería con frecuencia para ilustrar las verdades reveladas o hacerlas más atrayentes.
     En el seminario enseñó filosofía, teología, derecho, liturgia y patrística. Y al mismo tiempo, desde el 1920, enseñaba en el aspirantado de la Sociedad de San Pablo, donde introdujo, por sugerencia del padre Alberione, un nuevo método llamado más tarde “interdisciplinar”.
     El canónigo Chiesa estaba convencido del carácter sagrado de todo descubrimiento, de todo progreso tecnológico y humano destinado a la promoción del hombre y al anuncio del Evangelio. Por eso, no se contentó con las formas tradicionales de la predicación oral, sino que amplió su ministerio sirviéndose de la escritura y de las nuevas formas de comunicación.
     No sólo comprendió y guió la vocación de su alumno Santiago Alberione, diez años exactos más joven que el canónigo, sino que contribuyó eficazmente a su misión: dio un decisivo aporte a la fundación y consolidación de la Familia Paulina, a la que consideró querida por Dios “en Cristo y en la Iglesia” para anunciar el Evan-gelio a las masas a través de los medios de comunicación social.
     Pero lo que más impresiona en el canónigo Chiesa es el compromiso serio y austero de la propia santificación, que no se quedó en un hecho individual, sino que desencadenó una benéfica irradiación sobre el clero de la diócesis, sobre los personajes claves de la iglesia piamontesa, y en especial sobre las primeras generaciones de paulinos.
     De hecho, son hijos espirituales del canónigo Chiesa el mismo Santiago Alberione, Timoteo Giaccardo y sor Tecla Merlo, testigos de un modo nuevo de vivir la santidad cristiana, religiosa y apostólica (vivida como la vivió san Pablo: “Para mí la vida es Cristo”; “No soy yo quien vive, es Cristo quien vive en mí”).
     Antes de que en la Iglesia surgieran los institutos seculares de vida consagrada, el venerable Francisco Chiesa quiso enriquecer su propia consagración presbiteral con la profesión de los consejos evangélicos.
     Pero, además, quiso compartir el ansia apostólica y “paulina” de su amigo discípulo Santiago Alberione, ansia que él mismo había educado y apoyado como director espiritual y consejero, y tan generoso colaborador que pudo declarar en el lecho de muerte: “Estoy contento de haber sido siempre paulino, y no me he arrepentido nunca”.
     Con justo título el canónico Chiesa es considerado el primer miembro del Instituto paulino de vida secular consagrada “Jesús Sacerdote”, que el P. Alberione fundó en los albores del Vaticano II, dando así forma y estructura canónica a un estilo de vida sacer-dotal diocesana que había admirado desde joven en su grande amigo y maestro.
     A su muerte, acaecida el 14 de junio de 1946, Mons. Luis Grassi, -entonces obispo de Alba-, en el funeral hizo su retrato en pocas palabras: “El mejor de los hijos de la diócesis; cristiano perfecto, sacerdote perfecto, párroco perfecto. No fue sólo un gran ingenio, sino también un gran corazón”.
     En conclusión, el venerable Francisco Chiesa no fue sólo un santo sacerdote, sino además, guiado por el Espíritu Santo, fue maestro de santidad y de amor pastoral. Rico en sensibilidad moderna, en doctrina, en gracia y laboriosidad, resulta un modelo de viva actualidad para los sacerdotes y pastores.
     La alta estima que él tuvo de la dignidad sacerdotal, hizo de él una perla del sacerdocio ministerial católico. Él honra al clero comprometido en continuar y perpetuar en los siglos la misión salvífica de Cristo Divino Maestro, Camino, Verdad y Vida.
     Pasaba a recibir el premio eterno el 14 de junio de 1946, en la ciudad de Alba.
     Fue declarado Venerable el 11 de diciembre de 1987.



Del libro RICORDATI, SIGNORE, DEI NOSTRI PADRI, del P. Stefano Lamera, ssp

viernes, 26 de julio de 2013

Testigos Paulinos

Beato Timoteo Giaccardo
Primer sacerdote paulino (Segunda Parte)


El padre Giaccardo tuvo plena conciencia de esta su segunda misión. Escribía en su diario: “Me parece ver claro que se define cada vez más este segundo ministerio: conservar, interpretar, hacer penetrar y fluir el espíritu y las directrices del Primer Maestro; y yo acepto con espíritu de humildad este ministerio, con ánimo dócil, afectuoso, sincero”.
     El P. Alberione confirmó: “Yo no tengo a ningún otro que comparta tan acertadamente mis sentimientos y mi ánimo; ninguno que tenga cuidado de ustedes con más sincera dedicación”.
     Pero tenemos otro testimonio de interés capital, manifestado por el mismo Fundador después de la muerte del padre Giaccardo:
     “Desde el 1909 y el 1914, cuando la divina Providencia preparaba la Familia Paulina, él tuvo una clara intuición, aun sin comprenderla del todo. Las luces que recibía de la Eucaristía…, su ferviente devoción mariana, la meditación de los documentos pontificios, le daban luz sobre todas las necesidades de la Iglesia y sobre los modernos medios para hacer el bien.
     “Entró en 1917 (todavía clérigo) como maestro de los primeros aspirantes… y se quedó para siempre con el nombre de “Señor Maestro”: amado, escuchado, seguido, venerado dentro y fuera. Fue el maestro que a todos precedía con el ejemplo, que enseñaba de todo, que aconsejaba a todos, que lo construía todo con su oración iluminada y ferviente… Se puede decir que escribió en cada conciencia y se volcó a sí mismo en cada corazón de Sacerdotes, Discípulos, Hijas de San Pablo, Pías Discípulas, Pastorcitas; y de cuantos lo trataron en relaciones espirituales, sociales, económicas…
     “Desde el día en que lo conocí y le señalé el Sagrario como luz, fortaleza, salvación, su vida fue una continua y cotidiana ascensión… Él prefería decir con san Pablo: “Hasta la plenitud de la edad de Cristo”.
     “Era maestro de oración. ¡Sabía hablar con Dios! Vivía de piedad eucarística, de piedad mariana, de piedad litúrgica; de amor a la Iglesia y al Papa…
     Fue maestro de apostolado. Lo sentía, lo amaba, lo desarrollaba… Era un dispensador de energía, un sostén para los débiles, luz y sal en el sentido evangélico.
      El Primer Maestro le debe una inmensa gratitud, y con él todos, pues todos se veían amados por él… Yo me fiaba de él más que de mí mismo; y estoy contento por habérselo demostrado…”.
     Como confirmación de este testimonio del beato Alberione (Primer Maestro), reportamos algunas expresiones textuales del mismo beato Giaccardo sobre el sentido de la misión paulina:
     “El Divino Maestro debe reinar sobre todo, debe ser dado “todo” a todos… mediante el Apostolado de las Ediciones. El Apostolado de las Ediciones debe iluminar todos los apostolados, sostenerlos, vivificarlos, abarcarlos, ejercerlos con sus apóstoles. Y éstos deben ser la gloria de Cristo, Divino Maestro”.
     “En servicio de Cristo Eucaristía, se busca y se elige lo mejor… Así, al servicio de Cristo hecho “Palabra”, debemos reservarle cuanto de mejor producen los hombres: el nuestro es un verdadero Ministerio sagrado”.
     El beato Giaccardo, después del Fundador, fue el primer sacerdote que escribió y publicó un libro, en 1928, con el título “María Reina de los Apóstoles”, que es la Patrona de la Familia Paulina.
     En 1936 regresó de Roma a Alba como superior de la Casa Madre. Colaborador fidelísimo del P. Alberione, se prodigó sin descanso por las Congregaciones Paulinas que iban naciendo, y que él llevó en sus brazos, conduciéndolas a una profunda vida interior y a los respectivos apostolados modernos.
     Ya en edad madura, ofreció su vida por la continuidad de su propia Congregación y para que fuera reconocida en la Iglesia la nueva Congregación paulina de las Pías Discípulas del Divino Maestro. Y el Señor aceptó su ofrenda.
     Pasó a la Casa del Padre el 24 de enero de 1948, víspera de la fiesta de la Conversión de San Pablo. Sus restos mortales yacen en la cripta del Santuario de la Reina de los Apóstoles, Roma (los del beato Santiago Alberione, en la subcripta). Santuario que mandó construir el Fundador en el mismo solar donde el beato Giaccardo había fundado la primera casa paulina fuera de Alba.
     Fue beatificado el 22 de octubre de 1989.

Del libro RICORDATI, SIGNORE, DEI NOSTRI PADRI, del P. Stefano Lamera, ssp


miércoles, 17 de julio de 2013

TESTIGOS PAULINOS


Beato Timoteo Giaccardo
Primer sacerdote paulino (Primera Parte)


    Nació en Narzole (Cuneo-Italia) el 13 de junio de 1896. Fue bautizado el mismo día, con los nombres de José y Domingo.
Jovencito aún, se encontró con el P. Santiago Alberione, quien lo encaminó hacia el seminario diocesano de Alba.
    La amistad con el P. Alberione lo hizo sensible a las nuevas necesidades de los tiempos y se abrió a los nuevos medios pastorales de evangelización. A los 21 años, pasó del seminario diocesano a la naciente Sociedad de San Pablo, siendo encargado por el P. Alberione como maestro de los primeros aspirantes a paulinos. Le decían el Señor Maestro.
     Las condiciones históricas eran tales que parecía irrealizable se concediera el sacerdocio ministerial a los jóvenes del P. Alberione. La mayoría del clero diocesano veía posible que fueran ordenados los primeros paulinos, llamados por  broma “los curas del mono y de la campera”. El P. Alberione, firme en su fe y confianza, espera en silencio y en oración que Dios hiciera resonar la hora de la aprobación canónica de la Congregación y de la ordenación sacerdotal para sus jóvenes, llamados al ministerio de la predicación mediante la palabra escrita. Y así, ante la sorpresa y el estupor de todos, pudo ver a su clérigo Giaccardo ordenado sacerdote, en 1919, por su mismo obispo, quien anteriormente le había pedido la renuncia al hábito y al sacerdocio si quería ser paulino. Y además, su ordenación se adelantó a la edad canónica-mente requerida, mediante la oportuna dispensa, debido también a una imprevista circunstancia: para que su madre, enferma de gravedad, lo viera ordenado sacerdote antes de morir.
     Fue el primer sacerdote paulino y el primer Vicario General de la Sociedad de San Pablo.
     Su vida es un ejemplo actual de cómo se puede conciliar una equilibrada madurez con la más intensa actividad apostólica. Con la ordenación de Giaccardo la Familia Paulina se injertaba en la Iglesia mediante el sacerdocio apostólico, en sintonía con el mandato de Jesús: “Vayan por todo el mundo y hagan discípulos míos en todas las naciones”.
     La ordenación sacerdotal del P. Giaccardo marcó una fecha histórica para la Familia Paulina por otra razón: él era el primer sacerdote paulino ordenado expresamente para un ministerio nuevo en la Iglesia. Así la predicación realizada con los medios de comunicación social quedaba implícitamente considerada como verdadera evangelización.
     Lo que el Concilio Vaticano II sancionaría medio siglo más tarde en el decreto “Inter mirifica”, era ya anunciado en la ordenación sacerdotal del P. Giaccardo.
     El padre Santiago Alberione vio en este hecho una clara respuesta de Dios a su fe en la propia vocación y misión. Comprendió que sería la vocación y misión de una gran Familia fundada sobre el sacerdocio de Cristo, en la línea del Magisterio de la Iglesia y del ministerio apostólico; Familia heredera de la gracia y del apostolado de san Pablo; enviada para anunciar el Evangelio de Cristo a todos los hombres a través de los nuevos medios de comunicación social.
     Por otra parte, el P. Giaccardo representa el anillo de enganche entre el Fundador y las nuevas comunidades nacidas de la comunidad madre de Alba: él fue el primero que guió la migración de los dos grupos: masculino y femenino, que dieron origen a las comunidades romanas. En enero de 1926, teniendo en cuenta su gran amor al Papa, el Fundador lo envió a Roma para abrir y poner en marcha la primera casa filial de la Congregación.
     El beato Giaccardo escribió más tarde en su diario: “Yo, en la Congregación, no tuve la misión de lanzar nuevas iniciativas, sino de educar, plantar, integrar nuestra Sociedad de San Pablo en la Iglesia de Roma, sobre la roca de san Pedro, sobre la apostolicidad de san Pablo; y he comprobado la paciencia de Dios en asistirme para llevar a cabo este ministerio”.
     Podemos afirmar así que, mediante el P. Giaccardo, la Familia Paulina se enraíza, incluso visiblemente y localmente, en la herencia de los apóstoles, representada por la sede de Roma.
     Como el beato Santiago Alberione fue el “padre” que, en la luz de su misión especial, dio vida a las varias ramas de la Familia Paulina, el beato Timoteo Giaccardo, su primer hijo espiritual, transmitió y profundizó la herencia alberoniana. Sin reflejar nunca el cansancio ni calcular la fatiga, sin concederse un día de vacaciones, compartió durante treinta años con el padre Alberione la solicitud por cada una de las Congregaciones paulinas, en sus difíciles comienzos y en su desarrollo, como “llevándolas en brazos”.

    
Del libro RICORDATI, SIGNORE, DEI NOSTRI PADRI, 
del P. Stefano Lamera, ssp