Alberione nos exhorta en Cuaresma
En una meditación dictada, un miércoles
de Ceniza (27 de febrero de 1952), nuestro Beato proponía alzar el cáliz del
sacrificio y de la penitencia para acercarnos más a Jesús.
Decía: “Hemos de rezar con la Iglesia, en la Iglesia y por
cada uno de los hijos, de los miembros de la Iglesia…” (RSP, p. 67). ¡Qué
palabras más acertadas! Sobre todo, en estos tiempos en que nuestra Iglesia
vive momentos de purificación y transición. Más de alguno puede pensar:
“¿transición?”. Si la renuncia de Benedicto XVI no es un motivo de
“transición”, entonces, cuestionémonos nuestra identidad como Iglesia porque
algo no calza.
Realmente, para Alberione gastar tiempo en la oración e invertir
en un “misalito” (libro para orar) no era un despilfarro, al contrario,
significaba un nutrir al espíritu de lo esencial: “Cristo”. Para él toda la
liturgia de la Cuaresma debía orientarse hacia la penitencia y al sincero
arrepentimiento. Nos dice el Salmo 50: “Tú no desprecias el corazón contrito y
humillado”; nuestro Beato experimentó que el Señor no quiere que el pecador
muera, sino que se salve y así lo hacía saber: “Para quien se humilla hasta el
llanto, hasta detestar sus pasados errores, habrá una resurrección gloriosa”
(RSP, p. 68).
Alberione, esperanzado en una resurrección gloriosa para
el que se arrepiente, proponía un camino evangélico vivido con humildad y sin
hacer alarde de nuestros méritos. Todo sacrificio o pena en la vida había que
ofrecérselo al Señor y no promulgarlo a viva voz. ¡Cuánta queja escuchamos a
diario! Al parecer son más las reprobaciones, la crítica morba y mal
intencionada las que siempre prevalecen. Podríamos preguntarnos: ”¿Por qué no
puedo soportar “algo” por malo y fastidioso que sea por amor a Dios? ¿No es
mejor caminar en el silencio de la cruz y unirnos a la pasión de Jesús, sino qué
mérito tendría un sacrificio exacerbado por el halago frecuente y desmedido?
Eso vendrá por añadidura sin que lo esperemos.
Bajo una atenta mirada creyente, Alberione nos sugería en
Cuaresma: La Caridad paciente, benigna con todos y con nosotros mismos; la
“vida en común” valorizando aquella frase de san Juan Berchmans: “Mi máxima
penitencia es la vida en común”; como también el ejercicio rápido, diligente,
del apostolado. Además, reiteraba hacer todas estas prácticas con el espíritu
del las Constituciones, honrando a Jesús Maestro y armonizando cada actividad
con la visita al Santísimo Sacramento.
Fredy Peña T., ssp
Esta ha pasado a ser una Cuaresma muy particular.
ResponderEliminarNos debe encontrar en profunda oracion, a las
puertas de un Conclave impensado y afrontando los
problemas que acarrea nuestra amada Iglesia.!!!
Fredy la exhortacion del Beato Alberione,es mas
actual que nunca...!
ETEL